domingo, 15 de enero de 2017

Gaëlle Le Calvez

©Pascual Borzelli Iglesias
Gaëlle Le Calvez es autora del poemario Los emigrantes. Nació en Francia y vive en Estados Unidos donde actualmente cursa el doctorado en la Universidad de Indiana, Bloomington. ¿Por qué la incluimos en esta muestra de poesía mexicana? Al salir de un espacio, entra en el tiempo. A continuación comentaremos su libro y dialogaremos con la autora.

            Gaëlle Le Calvez (París, 1971) es egresada de la carrera en Literatura de la Universidad Iberoamericana y de la Universidad Nacional Autónoma de México. Cursó un diplomado en la Escuela de Escritores de Sogem. Ha recibido algunas becas del Fonca, colabora en Letras Libres y es la autora de Beirut o de las ruinas (1998) y Otra es la casa (2000). Así pues, Los emigrantes (Universidad Autónoma Metropolitana, 2007) es su tercer poemario. Lo publicó hace diez años. Recientemente, en 2015, Écrits Des Forges publicó una edición bilingüe, traducida al francés por Ana Cristina Zúñiga. Seguiremos este libro, reseñado por Luis Jorge Boone, para estudiar la poética de Le Calvez.
            Dedicado a Julia y a Inés, sus hijas, Los emigrantes abre con una cita del polaco (¿es necesario señalar la oriundez?) Adam Zagajewski: «Los emigrantes anidan en el extranjero y de esta manera hacen posible que sus hijos vuelvan a formar parte de la categoría de los sedentarios (aunque hablen otro idioma)» (recogeremos mayormente la versión española). Dichas palabras son fundamentales para entender el poemario de Le Calvez y descubrir a lo largo de sus versos y su prosa poética que Julia e Inés son dos hijas de inmigrante, doblemente inmigrantes, pues.
            Ocho partes dividen el recorrido de Los emigrantes: «de la isla», «de la distancia», «nudos», «del adriático», «fronteras», «de los entierros», «regresos» y «de las resurrecciones»; recordamos así los rites de passage de Arnold van Gennep (separación, iniciación y retorno) que también fundamentan la obra de Quirarte.
Los emigrantes
            En Los emigrantes priman las estructuras breves, que no simples ni sencillas. La voz poética se apoya en frases cortas, yuxtapuestas con un lenguaje que, como el espacio, también es ajeno: «Soy solamente en los infinitivos» (17). ¿Yo es otro? Quien viaja de su país de origen y se expresa (y piensa) en otra lengua nueva, ajena o distinta se refugia en la forma personal menos personal y más genérica que son los infinitivos. El adverbio de modo sin compañía («solamente») incide en la idea insular, única, aislada que da título a esta primera parte del poemario. La calma y la aparente serenidad del repaso temporal se trunca con textos inmediatos sin puntuación y con estructuras repetitivas, caóticas y urbanas. La soledad se mantiene, pero rodeada de gente y de ruidos y de voces alternas, diferentes; distantes. Los discursos impersonales que presiden las fachadas de los edificios o los escaparates de los comercios forman el poema a modo de la apropiación que en internet llaman flarf: «Intercambio de mercancía compro usado liquidación total sin derecho a devolución [...]» (23) terminando e incidiendo de nuevo en un más que inquietante, si pensamos en el hecho de abandonar el país de nacimiento: «No se aceptan devoluciones» (23). De este modo, las ideas que van y vienen desembocan en un texto que, a la vez que semeja y discurre natural, juega con el humor y la nostalgia de un resultado, el poema, repensado y pulido hasta la concreción: el instante poético.
            Como ocurría con Jorge Humberto Chávez en Te diría que fuéramos al río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto, el cauce marca la distancia, más espacial que temporal en el caso de Le Calvez. En este sentido, la ciudad se separa por el agua del Río Hudson que colinda con Manhattan. El último verso de esta primera parte, «La única distancia es el río», conecta con la siguiente: «de la distancia»; vertebrando de esta manera tan gradual un recorrido por la geografía de la memoria y los sentidos. La ciudad como isla de José Emilio Pacheco, Juan Gelman o Vicente Quirarte rememora las sensaciones de las capas más bajas de la metrópolis y el transporte suburbano, ¿de quien viaja oculto? De una familia alejada. Si leemos o escuchamos la versión francesa, los peces que fluctúan entre los símbolos acuáticos son veneno, sufrimiento y nostalgia de nuestro interior: «tous les poissons tourbillonnent dans ton ventre» (34). La deixis espacial ofrece ritmo y musicalidad: «Donde la herida es territorio donde la culpa se comparte donde la oscuridad llena todos los espacios donde la necia noche se mantiene» (37). El estribillo de este recorrido conforma «nudos» (tercera parte) que van repitiendo imágenes trascendentes desde escenas cotidianas:

Se repite ocurre recomienza como el mar como los amores que abrazan el cuerpo en los inicios como los cuerpos que se reencuentran al término de la jornada como las caricias cansadas por las guerras intestinas (57).

En cuarto lugar, «del adriático» cambia los anteriores iluminaciones mentales y verbales por una especie de diario, compuesto de varios retratos o postales, en diálogo con la familia ausente. Las primeras, segundas y terceras personas, más en singular que en plural, entretejen textos con rigor gramatical, lo cual aún resulta mayor logro con la libertad formal. Seguidamente, «fronteras» remite a la historia de los imperios mediterráneos como causa de la ideología del siglo XXI: «Camina calla desciende: el agua inunda las fronteras» (87). Por otro lado, «de los entierros» marca el tránsito vital entre la separación de quien emigra, el inicio de la nueva vida y retorno a despedir un ser querido desde la distancia y el silencio. Así pues, «regresos» es la nota más feliz de una amargura sosegada y bella. Da a luz, entonces, el poema. Por último, «de las resurrecciones» implanta la estaca y el ancla a la tierra bajo el mar:

Soy todos los rostros y a la vez ninguno recomienzo como el mar recomienzo lejos de la tierra de los menhires de mis corazas de hierro lejos del continente al que ahora despido (123)

            En definitiva, Los emigrantes es un poema con tremenda fuerza lírica y vital. Los fragmentos transitan por el mar, la muerte y la vida de símbolos personales, cotidianos y animales. La lengua española y la francesa sienten la sal de una herida que es la distancia a destiempo. Gaëlle Le Calvez ofrece así una obra que dialoga con la dimensión social, urbana, cívica; así como con la herencia, tradición y renovación de la cosmovisión alegórica del dolor.
            Manuel Iris expresa, con la claridad y la precisión que lo caracterizan, qué supone ser emigrante; y lo hace en su poema «Soy de aquí», en Tierra Adentro. Aunque ni él ni Gaëlle Le Calvez forman parte de la antología sobre el tema que el pasado año publicó Círculo de Poesía, la destacamos por la variedad registros que explican el desplazamiento nacional desde el poema: La voz de los desplazados: poesía y migración. A continuación adjuntamos algunas preguntas que nos respondió generosamente Gaëlle Le Calvez:

−¿Eres una poeta mexicana?
−Sí. Aunque me defino con más seguridad como editora o académica. Mexicana.

−¿Cómo vive y escribe quien emigra?
−Desde hace más de 4 años vivo en Estados Unidos y desde entonces me he dedicado a escribir, investigar y reflexionar sobre la escritura, desde la academia. Emigrar te sitúa en un lugar incómodo: económico, afectivo, social, y los lugares incómodos pueden ser muy creativos. La sensación de extranjería ha sido algo que me ha acompañado desde pequeña, quizá es precisamente algo que me motivó a escribir, la necesidad de construir un espacio interior estable, seguro, inmutable ante el cambio. Con el tiempo me parece que el ser extranjero se convirtió en una constante y en una marca, de tal manera que el cambiar de espacio y la escritura se corresponden.

−¿Qué cambios sufre o puede sufrir con Trump alguien que ha llegado a los Estados Unidos?
−Parte de los cambios se han empezado a sentir desde el periodo preelectoral y después de la elección, con la legitimación del discurso conservador, racista. Algunas universidades se han pronunciado a favor de sus estudiantes indocumentados pero es un momento de mucha inseguridad para quienes están en una posición más vulnerable, incómoda para quienes somos extranjeros.

−¿Cómo ves México desde fuera?
−Un país de grandes contrastes donde se ve por un lado una gran corrupción política, impunidad, violencia y por otro, un campo cultural muy vital.

−¿Es México un buen lugar para vivir? ¿Y para escribir?
−Es una pregunta difícil de contestar de una sola manera. Me parece que los escritores gozamos de un sistema de apoyos, que si bien es muy criticado, es un privilegio. Permite que los escritores y artistas puedan hacer un proyecto en un tiempo determinado. Pertenecer al sistema es una legitimación al propio trabajo y una forma de acceder a una infraestructura necesaria, en caso de querer vivir como creador: festivales, lecturas, premios, etc. El privilegio ayuda y castra a la vez.

−¿Sientes puntos de encuentro con poetas mexicanos de los setenta como la experimentación, la crónica, la plasticidad o la intertextualidad de Rocío Cerón, Manuel Cuautle, Adriana Tafoya o Hernán Bravo?
−De Rocío Cerón, me gusta mucho Tiento y comparto el gusto por la edición. Me identifico menos con el aspecto performático de su obra, donde lo hace estupendamente bien, porque es un terreno que no exploré para nada en relación con la escritura, a pesar de haber estudiado actuación y después dirección. Con Hernán coincido quizá en el tono conversacional de los textos aunque Hernán es un gran erudito, lo cual para nada soy. Siento una gran cercanía con los primeros textos de Alejandro Tarrab, quien fue mi compañero de beca en el FONCA en 2004. Hay muchísimos poetas de mi generación a los que me siento muy cercana comenzando con Luis Felipe Fabre, Mardonio Carballo, María Rivera: con quienes tengo muchas afinidades estéticas y o políticas aunque nuestros trabajos sean completamente distintos. Creo que es más productivo contestar esta pegunta desde la crítica.

−La crítica destaca la poca influencia que tiene el contexto social en la poesía mexicana. La narrativa del narco, por ejemplo, sí cuenta con varios nombres. En la lírica parece que jóvenes como Stephanie Alcantar (que, igual, vive en Estados Unidos) o Moisés Ayala (también en Tierra Adentro) siguen el modelo de Cristina Rivera Garza, tal como estudia Israel Ramírez. ¿Qué dimensión social tiene la poesía mexicana contemporánea?
−Sí y no. La espiga amotinada en los 60 fue un grupo que desarrolló un proyecto poético y de compromiso social. Pienso en un poeta sobre el que trabajé, Jaime Augusto Shelley, que tiene grandes textos completamente olvidados. Me parece que el poema de María Rivera «Los muertos» fue un parte aguas dentro de la poesía mexicana contemporánea y muchos otros escritores como Sara Uribe, Carla Faesler, Dolores Dorantes o Mónica Nepote tienen libros donde el contexto atraviesa los textos.

−¿Por qué, siendo de origen francés, lo escribes en español y una tercera persona (teniendo en cuenta a la autora y al sujeto poético) es la encargada de traducirlo? ¿No mantendría mejor la originalidad una traducción propia? Pese a que el ritmo ya no se fija con la rima, por ejemplo, ¿qué riesgo conlleva la traducción en la poesía?
−Escribí en español porque viví la mayor parte del tiempo en México, hablaba francés en mi casa y en la escuela, de chica escribía en francés pero estudié letras latinoamericanas y mexicanas: las lecturas en español me llevaron a escribir en español. Me parece que la traducción es otra forma de crear, el traductor se apropia del texto y eso me parece genial; es otra lectura más, una lectura generosa con algo hecho por ti. Me parece que un texto nunca es definitivo y eso lo enriquece; el lector, el crítico, el traductor, son parte del proceso de construcción de un texto. Y, en particular, de este libro con el que trabajo con el fragmento y la ruptura como motor.

−En Los emigrantes se advierte un sufrimiento o dolor por la distancia respecto a la familia, a lo conocido, a los sentidos de la memoria... ¿Escribir mitiga esa falta? ¿Puede la poesía ayudar o liberar a quien se identifica con esa experiencia o testimonio de la experiencia?
−No sé si la escritura es terapéutica. Escribir Los emigrantes no lo fue o no lo hice con ese fin. Me interesaba explorar la angustia, su respiración, los límites del lenguaje frente a la emoción, pensar el vacío desde el lenguaje, crear una unidad, darle forma a la emoción (en este caso dolor) para verlo con distancia. También quería ser crítica, representar para denunciar: de la doble moral y sus estructuras. Es un libro escrito con mucha rabia contra la violencia al interior de la familia y contra las estructuras tradicionales.
            Lo que realmente mitiga el dolor son las decisiones vitales, creo; no sé si la creación. En todo caso, ahora escribo mucho menos poesía, o ya casi nada, y estoy muy tranquila con eso. Me trasladé al ámbito del ensayo y me siento ahí mucho más libre.

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