domingo, 28 de mayo de 2017

Cristina Rivera Garza

¿Quién versifica?
¿Quién verifica?
Cristina Rivera Garza

Cristina Rivera Garza (Matamoros, Tamaulipas, 1964) es un referente en la literatura mexicana. Entre sus numerosas obras, destacan sus novelas Nadie me verá llorar (Tusquets, 1999) o La muerte me da (Tusquets, 2007), el ensayo Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación (Tusquets, 2013) o su reciente trabajo sobre Juan Rulfo: Había mucha neblina, o humo o no sé qué (Random House, 2016). A continuación comentaremos sus poemarios La muerte me da / Anne-Marie Bianco (ITESM-Bonobos, 2007) y El disco de Newton. Diez ensayos sobre el color (UNAM / Bonobos, 2011), presentes en el Archivo de Poesía Mexa.
            Lo primero que nos llama la atención de La muerte me da (2007), como poemario, es que está firmado por un seudónimo (Anne-Marie Bianco), tal como lo hacía Juan Almela con Gerardo Deniz, por ejemplo. No obstante, este recurso es puntual en la poeta. Además, dicho texto formaría parte del final de su novela homónima. El editor de Bonobos, Santiago Matías, explica cómo le llegó el manuscrito por una enigmática y desconocida Anne-Marie Bianco y cómo publica un texto sin rostro. El nombre de Rivera Garza no aparece en todo el libro.
            El monólogo sobre el lugar, el espacio que tanto preocupa a la autora convive con una técnica que vienen siendo habitual en la poesía mexicana contemporánea: la tachadura. León Plascencia Ñol, Julián Herbert, Alejandro Albarrán o Stephanie Alcantar, como veremos en otra ocasión, cultivan este discurso obliterado. En el caso de La muerte me da, lo tachado (se advierte en los aclaramientos iniciales) solo indica entre corchetes una versión previa que ahora ya no aparece, se ha borrado, pero se indica como justificación del vacío que, en muchas ocasiones, tiene que ver con el significado de unos versos que, por ejemplo, hablan de la pérdida.
            Los paréntesis muestran la respuesta de quien presencia la noticia de una desaparición. La crónica se logra mediante poemas muy breves cuyos títulos tejen la historia de este libro autónomo y, a la vez, complemento de su novela. El hecho de que lo firme como Anne-Marie Bianco reduce la distancia entre el testimonio de la experiencia, lo sufrido, y lo contado (o lo poetizado, en este caso).
            Los juegos de palabras (mediante el calambur o la paronomasia) critican a las instituciones, machistas y ajenas al compromiso social con la violencia. Así comienza el poema «VI. La víctima siempre es femenina»:

En el Ministerio (que es un lugar de los hechos)
(un lugar de helechos) (de lechos).
En el cuerpo (que es público) (que está abierto)
(que es un muerto).
En el tajo (dentro del tajo) (debajo del tajo, carajo)
(en la raíz misma del tajo).
[...]
(26)

Estos pequeños indicios de humor o de sátira (el hecho de que el Ministerio esté lleno de hombres perezosos que crecen tumbados en el lecho) contrastan enseguida con la brutalidad de los detalles que el poema recoge para denunciar la violación que también la muerte le genera. La muerte me da termina con dos poemas de Bruno Bianco. ¿Qué relación tienen dichos personajes? ¿Por qué un poemario? ¿Quiénes no somos?
            Alí Calderón publicó en 2009 una reseña en Círculo de Poesía donde destaca «la ruptura de la equivalencia entre fábula e intriga, es decir, entre el orden lógico causal de la diégesis, cronológico, y la manera en que las acciones se nos muestran en el discurso». Estos saltos temporales contrastarían con Viriditas (Mantis / UANL, 2011), especie de diario en el que Rivera Garza poetiza destellos de imágenes cotidianas. Si seguimos su línea literaria en este sentido encontraríamos ya en La imaginación pública (Práctica Mortal / DGP, 2015) por su uso del lenguaje de la tecnología. Sus temas (la enfermedad, el cuerpo, la identidad, la violencia o la muerte) se explican y entremezclan de forma muy satisfactoria en lo que convencionalmente se ha entendido por géneros literarios.
            Si La muerte me da está formada por XVII poemas breves, El disco de Newton. Diez ensayos sobre el color (2011) cuenta con X. Los títulos de este último son siempre un verbo: el tipo de palabra que más parecía preocupar a la autora en el libro anterior. Los colores, como notas musicales, influyen en nuestra forma de mirar lo (in)visible: el lugar que ocupa el espacio, o viceversa. Estos ensayos en forma de poema dialogan con las referencias a otras obras y lenguas. El decálogo ofrece distintos tonos, cuyas palabras conectan con los juegos (¿cen(an)estésicos?) que veíamos con anterioridad: «Palpar. Pálpito. Púlpito. Pupilo» (16). El verso preciso −«Casi todas las tragedias son accidentales» (20)− sentencia y origina a la vez una reflexión que en parte tiene que ver con el color de las cosas. El azul de la calma, el rojo de la pasión, el verde de la esperanza son los lugares comunes que se amplían gracias a los tonos (estamos pensando también en la sonoridad) del (a)marino, (ena)morado o agu(amar)ina.
            En «VII. Desparpajar» encontramos un ejemplo del contacto que la poesía tiene con otras disciplinas:

El término agujero negro se aplica en astronomía al resultado del
colapso gravitacional de una estrella. Según las hipótesis científicas,
un agujero negro impide totalmente el escape de materia o energía,
extremo de lo que sucede con una superficie negra sobre la que
incide energía lumínica (38).

Son otros los caminos de la metáfora y de la poesía mexicana contemporánea. El también poeta y crítico mexicano Roberto Cruz Arzabal ofrece en Tumblr una alternativa visual para leer estos diez ensayos sobre el dolor.




            En definitiva, Cristina Rivera Garza es una figura indispensable para entender México y su literatura. Estudió sociología en la UNAM y en la actualidad trabaja en el departamento de Hispanic Studies, de University of Houston, donde desarrolla el primer doctorado en escritura creativa en español en los Estados Unidos. Asimismo, es fundamental en la escritura del dolor que viene abordando Cécile Quintana en la Université de Poitiers.

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